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La comunicación es el pilar de una buena relación familiar. Sin embargo encontrar momentos tranquilos para una conversación pausada suele ser complicado. Padres que intentan escapar del atasco, llegan a casa a toda prisa después de una larga jornada de trabajo y se encuentran con todo por hacer en casa; hijos con montañas de deberes en una tarde que se acorta por las extrascolares después de clases… La rutina diaria deja, a veces, poco espacio para fomentar y cuidar la comunicación.
No son pocos los expertos en relaciones familiares y psicólogos que destacan las bonanzas de una buena comunicación para estrechar vínculos afectivos. Desde Fundación Belén —que ha diseñado y coordina un proyecto Europeo Erasmus+ para mejorar la comunicación— destaca que esta habilidad puede, entre otros aspectos, ayudar a que los hijos consigan mejores calificaciones escolares, ser más resiliente, incrementar su motivación personal, disfrutar de una mejor salud, lograr buenos hábitos sociales, tener una mayor independencia de criterio a la hora de saber decir «NO».
Por ello, desde esta organización inciden en la importancia de buscar ese encuentro con los hijos y «cuanto antes se empiece, mejor», advierten.
Indican que se puede y se debe cenar en familia desde que el niño tiene dos o tres años hasta que se hacen mayores y vuelven a casa para multiplicar la mesa con nietos. Porque la mesa es el lugar por excelencia para comunicarse con la familia al fusionar dos necesidades básicas: saciar tanto el ansia de afecto como el hambre.
Durante el proyecto “Todos a la mesa” hemos realizado una misma encuesta entre los padres de adolescentes de cuatro países europeos para saber el grado de comunicación que gozaban en la familia con más de 800 respuestas. Hemos solicitado a adolescentes de esos cuatro países a escribir “Mi mejor cena familiar” y hemos realizado talleres prácticos de comunicación y cocina entre varias familias consiguiendo una buena información sobre formas de mejorar la comunicación. Por eso podemos ofrecer una serie de pautas provechosas.
Primera pauta: evitar cualquier pantalla, que siempre entorpecen la visión directa entre las personas que hablan. Ya sea de móvil, tablet, computadora o televisión. A la hora de cocinar y comer sobran todas.
Segunda pauta: sentarse a la mesa después de haber cocinado juntos. Es importante cocinar juntos porque es una buena oportunidad para transmitir recetas y saberes inter generaciones, por ser un tiempo muy útil para estar en compañía y porque es un tiempo divertido, de risas fáciles. Además, es una ocasión estupenda para enseñarles cómo hacer diferentes platos paso a paso de forma casi lúdica y hacerlo entre todos es siempre más llevadero.
Tercera pauta: recordar que en la comunicación los gestos y el tono representan más del 70 por ciento del mensaje. Las palabras representan tan sólo un tercio. Así que una sonrisa y unos brazos abiertos son la mejor manera de empezar a comunicarnos en familia.
Cuarta pauta (súper importante): saber escuchar. No interrumpir a los hijos. Afirmar con la cabeza, asentir en silencio, un breve “sigue, sigue, me interesa”, “qué bueno”, anima al hijo que está hablando a seguir haciéndolo con motivación.
Quinta pauta: empezar los padres abriendo el corazón. Hablar de ese algo que nos ha golpeado durante el día o sorprendido o animado. Cuanto más personal sea ese suceso, mejor. Pero si no tenemos nada que contar —y ya es raro que en unas cuantas horas no tengamos nada por lo que se pueda empezar, se puede recurrir al “pues a mí me ha pasado”— también puede ser un buen comienzo comentar una noticia positiva del periódico o de la radio. Esa primera anécdota marcará el tono de la conversación.
Laura Peraita
Fotografía: Unsplash