Empieza el curso y siento que las familias con adolescentes que está cursando Bachillerato entran en una dinámica que acabará en junio, recordando a Almodóvar, «Al borde de un ataque de nervios».
En esta etapa familiar, confluyen una serie de circunstancias que justifican algo de tensión adicional a la que se ha podido experimentar en fases anteriores. La exigencia de los centros educativos, decidir qué estudiar en el futuro, y la cúspide del desarrollo y la madurez física y psicológica de los adolescentes, forman una combinación difícil de afrontar con calma.
Dicho esto, considero que el tema se nos está yendo un poco de las manos. No es lógico que las familias tengan que pasar estos años tan duros, en lugar de vivir una etapa bonita en la que ayudar a nuestros hijos e hijas a desarrollarse felizmente y decidir a qué se van a dedicar en el futuro.
Pensarán que imagino, ingenuamente, un mundo ideal sin percatarme de que las notas de corte en las universidades cada vez son más altas y por lo tanto el acceso a las mismas también más difícil.
Por increíble que parezca, este no suele ser el motivo más generalizado de tensión entre las familias que pasan por mi despacho. El mayor motivo de tensión y discusión suele ser que la juventud en esta etapa no acaba de saber qué quiere estudiar, que en algunos casos optan por eludir el tema, e incluso los resultados académicos bajan por falta de motivación. Esta situación provoca que los padres y las madres se pongan nerviosos y empiecen a utilizar sus peores armas, ejercer control, presión y transmitir a sus hijos esa ansiedad.
Permítanme, por tanto, darles algunas recomendaciones para no llegar al desaconsejable ataque de nervios:
- Ayudemos en la familia, desde que son niños, a que vayan adquiriendo hábitos de estudio y motivación por el mismo
- Comencemos en la etapa de secundaria con la tarea de ayudar a nuestros hijos e hijas en su decisión profesional de futuro, no lo dejemos para el Bachillerato. Hablemos con ellos de sus fortalezas, y de lo que les interesa y motiva.
- Confiemos más en nuestros hijos e hijas y hagamos que perciban que lo hacemos. Cambiemos los habituales consejos por preguntas e interés por lo que son, sin desear que sean como nosotros.
- El entorno familiar ha de ser un espacio retador, no sólo controlador y sancionador, aunque en ocasiones también es necesario. Educar implica ambas tareas.
- Como padres y madres deleguemos responsabilidad en ellos, que tomen sus decisiones y se hagan cargo de las consecuencias de las mismas.
En definitiva, crean en sus hijos e hijas, denles libertad para elegir acompañándolos en el camino de una decisión que ante todo deberá hacerles felices. Serán grandes profesionales si la elección, y su ocupación futura, les hace sentirse bien. Es algo que debemos tener en cuenta siempre que sintamos la tentación de decirles lo que han de hacer.
Jesusa García
Directora de JES&YOUNG
Fotografía: IES Mar de Alborán