«El autismo y la discapacidad de Silvia no se pueden atender en ningún colegio ordinario por muy bonito que no los pinten»

[ABC.es]

Los sentimientos de Gloria respecto a la ley Celaá son de impotencia y frustración. Esta mujer es madre de dos niñas, una de ellas, llamada Silvia, de 12 años y con autismo y discapacidad intelectual asociada que le suponen un porcentaje del 65% de discapacidad. «No entendemos este sinsentido. Son niños que necesitan una atención muy especializada, y no se les puede exigir en ningún colegio ordinario por muy bonito que no los pinten. ¿Por qué? Porque se necesitan medios económicos, personal cualificado, personal con ganas de trabajar con niños con discapacidad…».

Para Gloria, el sector de la educación especial «es muy complejo y no todo el mundo está preparado para dedicarse a él. Los profesionales implicados tienen una formación específica para poder poder elaborar su trabajo, de años, que conlleva experiencia y, sobre todo, mucha implicación por su parte. Quién se mete en en esta especialidad es porque quiere, porque tiene vocación, le gusta implicarse en niños con dificultades… Para ellos es un reto diario, ver cómo avanzan, cómo van desarrollando su potencial, les supone una satisfacción personal. No están con niños con discapacidad por una imposición por parte de la administración, por una disposición adicional y una ley orgánica».

Su hija Silvia lleva ya cinco años escolarizada en AUCAVI, un colegio de educación especial, pero empezaron yendo a un aula TEA en un colegio público. La experiencia fue negativa: «es más de lo mismo, pero solo funciona si si encuentras un profesional que realmente esté implicado y esté no cumplimentar unas horas. Mi hija el primer año estuvo bien. Le tocó un profesional interino con ganas de formarse, de aprender y saber lo que es el mundo TEA. La niña entonces tenía 4 años y es verdad que tampoco había mucha diferencia con otros niños. Pero en 5 años la cosa cambió: tenía mucha ansiedad, no entendía lo que ocurría a su alrededor y debido a su hiperacusia, que le hace escuchar los sonidos multiplicados por 20, el entorno del colegio, con un alumnado numeroso, supuso un entorno disruptivo para ella».

La situación en este colegio de educación ordinaria le provocó unos niveles de ansiedad elevados, relata esta madre. «No sabían manejarla, ni dirigirla, y la niña desarrolló muchísima ansiedad y hasta conductas autolesivas. Lo peor de todo es que la Administración te quiere convencer de que es el mejor sitio para tu hijo». A juicio de Gloria, «queda muy bonito de cara a la galería decir: tenemos tantos alumnos de necesidades especiales en aula TEA que funciona. Cuando la realidad es que no lo hacen. Porque cada niño es distinto, tiene un grado diferente de discapacidad».

«Nos fuimos de la ordinaria porque a parte de ver que ver que no estaba integrada en un sistema inclusivo, sino incrustada en un sistema impuesto por la administración, nosotros como padres viendo la situación entendimos que lo conveniente para nuestra hija era llevarla a un colegio específico de autismo», explica.

No se lo pusieron fácil, asegura esta mujer: «Intentaron hacernos ver que el colegio ordinario era el mejor sitio para nuestra hija, y nos presionaron para que no la cambiásemos a un colegio especial. La orientadora escolar me preguntó que si había visitado colegios específicos de autismo, que si sabía dónde pensaba llevarla, poco más o menos vino a decir que eso era un centro de psiquiatra infantil, donde la niña jamás iba a desarrollar lenguaje, que el poco que tenía lo iba a perder… Nos contaron una película de miedo y nos metieron una presión brutal, haciéndonos sentir como padres que éramos lo peor».

Las ventajas de la educación especial

Lo que se encontraron resultó estar lejos de esa realidad que les habían pintado, segura hoy Gloria. «La educación especial ofrece una cantidad de ventajas innumerables para para el desarrollo de nuestros hijos. Les ayuda en su adaptación al entorno social, porque precisamente uno de los puntos fuertes de la educación especial es trabajar la inclusión, adaptándose a las necesidades de cada niño y en entornos naturales, comunitarios y del día a día. Les ayuda a enfrentarse a un futuro diario, con una autonomía en la medida de lo posible dentro de las capacidades de cada uno».

De hecho, prosigue relatando, «nuestra hija ha avanzado bastante, ha mejorado mucho, no tiene comportamientos disruptivos ni comportamientos autolesivos generados por la ansiedad en un entorno desfavorables o incomprensible para ella. Está perfectamente integrada en el colegio, dentro de sus características tiene amigas, alguno es incluso su “favorito”. Está perfectamente integrada en la sociedad, dentro de sus limitaciones. Habla bastante, tiene mucho vocabulario, sabe leer… En definitiva, no ha perdido nada, hemos ganado. Sobre todo, ha ganado ella, y hemos ganado como familia al poder desarrollar actividades que antes no podíamos ni imaginar, tales como acudir juntos a restaurantes, a teatros, al zoo o al parque de atracciones».

Desde luego, concluye Gloria, «solamente puedo hablar de lo que conozco, pero en el caso de discapacidades más severas como motóricas, o niños con parálisis cerebral el meterlos en un colegio ordinario me parece inviable por todo: por los medios adaptativos, la formación docente, el entorno escolar… Y eso sin tocar el tema del bullying o el acoso escolar del que nuestros hijos son carne de cañón en un entorno ordinario».

« Vemos que con la Ley Celaá se vulneran los derechos de las personas con discapacidad. Derechos a una educación adaptada a sus necesidades. Es como si a ti te niegan una asistencia médica o te derivan a otro profesional que no tiene nada que ver cn el que necesitas en ese momento». «El sistema de educación inclusiva tal y como lo quieren hacer ver hoy por hoy, lo que hace es incrustrar, no incluir».

Carlota Fominaya

Fotografía: Unsplash

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