Crecer como líderes

[Almudi.org]

Tanto el diálogo afectuoso que enriquece nuestra vitalidad interior y nuestro trato, como la comprensión de los demás son el anverso de la exigencia personal que debe proponerse quien quiera ser líder

El pasado 18 de agosto me invitaron a dar una charla coloquio en La Chacra, cerca de Buenos Aires, a unos 60 estudiantes universitarios de Argentina y otros países próximos en el marco del evento Univ Cono Sur 2019. El título era “Crecimiento personal como líderes”. Resultó para mí una fantástica experiencia y me parece que podría ser un tema adecuado para este post de septiembre cuando en el hemisferio boreal comienza un nuevo curso académico.

En primer lugar, pregunté a mi auditorio cuál era el problema más acuciante para la gente joven. Ofrecieron muchas respuestas válidas (todo a un clic, dependencia de la mirada de los demás, superficialidad, falta de compromiso, dependencia de las nuevas tecnologías, etc.), pero intenté persuadirles de que el problema que más angustia a muchos jóvenes en todos los países es el de una dolorosa sensación de soledad que tiene como anverso el aburrimiento que les lleva a consumir durante horas series de Netflix o historias en las redes sociales.

La cuestión decisiva que cualquier joven debe plantearse es la de si va a lo suyo, a su cómodo egoísmo o más bien prefiere abrirse a los demás. Este es el corazón del debate actual acerca de qué estilo de vida debe uno llevar. Muchos jóvenes se dan cuenta de que la sociedad mercantil en la que vivimos les reduce a consumidores compulsivos de nuevas sensaciones o a compradores de cosas que nunca van a necesitar. A menudo esos mismos jóvenes añoran poder implicarse en tareas de cooperación en África o América del Sur para ayudar a los más necesitados y liberarse así de tantos pesados requisitos como hay en nuestra sociedad. Si consiguen participar en alguna tarea colectiva de este tipo siempre vuelven diciendo que realmente es más lo que han recibido que lo que han dado.

Recordaba a aquellos jóvenes unas hermosas palabras de Steve Jobs en la commencement address de Stanford en el año 2005: “Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto. No quedes atrapado en el dogma, que es vivir como otros piensan que deberías vivir. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje para hacer lo que te dicen tu corazón e intuición”. ¡Qué importante es asumir el protagonismo de la propia vida sin trasladar las decisiones personales a los demás, a lo que hace la mayoría o a lo que dicen los medios de comunicación! Para animarles en esa dirección hice leer a uno de ellos con su desgarrado acento porteño una tira de Mafalda en la que esta le pregunta a Miguelito si no le indigna un cartel que dice “Prohibido pisar el césped” y Miguelito le contesta: “No, ¡qué me importa! Yo tengo mi propio pastito interior”.

Se trata de una cuestión clave para quienes quieren liderar el cambio en la sociedad. Por eso les animaba a cuidar su vitalidad interior y para ello que se lanzaran a pensar y sobre todo dedicaran tiempo a leer y a escribir lo ya pensado.

Seguidamente les conté lo que aprendí de una valiosa estudiante de Economy, Leadership and Governance en mi Universidad a la que le pregunté qué era un líder. Y ella ─que es una verdadera líder─ me contestó: «El buen líder es superexigente consigo mismo y superafectuoso con los demás». Me pareció que había dado en el clavo. Qué clara la definición y qué difícil llevarla a cabo. Me añadía «Ser líder [to lead] es ir por delante, empeñarse en ser ejemplar, en mejorar tanto uno como el equipo: no hay límites en esto». Es verdad: un líder es así. Y me venía a la cabeza cuántos gobernantes u otras personas constituidas en autoridad en nuestro mundo no son buenos líderes porque no son ejemplares, ni desean serlo.

Ser líder no es cuestión de publicidad, de merchandising. Ser líder no se elige: te eligen porque eres más humano, mejor persona. Cuántas veces lo vemos en los grupos sociales, por ejemplo, en los equipos de fútbol. El jugador que no se preocupa tanto de su promoción personal, sino sobre todo de querer y ayudar al crecimiento de los demás, se convierte en el líder natural del grupo aunque no lo sepan los periódicos que solo prestan atención a quien mete más goles, quien cobra más dinero o quien hace declaraciones más escandalosas.

Les leí a mi joven auditorio una cita atribuida al sufí Baayazit (siglo IX) que encontré hace años en alguna publicación de Tony de Mello o de Paulo Coelho y que me impresionó mucho:

De joven yo era revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: “Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.

Cuando me hice adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: “Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entren en contacto conmigo, aunque solo sea mi familia y mis amigos; con esto me doy por satisfecho”.

Ahora que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única oración es la siguiente: “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”. Si yo hubiera orado así desde el principio, no habría malgastado mi vida.

Con ese texto quería animarles a comenzar a cambiar su vida desde su propia realidad, a salir de su comodidad, de lo que ahora se llama la zona de confort, para abrirse decididamente a los demás. Quienes queremos mejorar el mundo hemos de comenzar por nosotros mismos. Es verdad que abrirnos a los demás nos hace vulnerables, pero si nos decidimos a cultivar la amistad y el diálogo con los demás no solo podremos muchas veces ayudarles, sino que a menudo disfrutaremos más, seremos más felices.

Se trata de un tesoro por descubrir: tanto el diálogo afectuoso que enriquece nuestra vitalidad interior y nuestro trato, como la comprensión de los demás son el anverso de la exigencia personal que debe proponerse quien quiera ser líder. Como decía aquella valiosa alumna y merece la pena repetir: «El buen líder es superexigente consigo mismo y superafectuoso con los demás».

Jaime Nubiola 

Fotografía: Helena Lopes en Unsplash

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