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El coronavirus está provocando graves consecuencias de todo tipo de las que nadie escapa. La familia entre ellas, a pesar de que se trata del mejor servicio social y económico que existe porque crisis tras crisis es la que acaba soportando todo y dando lo mejor de sí. Pero si hay alguien que destaca del núcleo familiar son ellas, las madres, que ven cómo se esfuma su trayectoria profesional cuando tienen hijos y cuya situación se ha agravado tras la pandemia.
Los problemas de conciliación que está provocando la pandemia y la nueva normalidad se están viendo agudizados porque los centros educativos funcionarán a medio gas a corto plazo, se desconoce qué pasará en septiembre y la vuelta a la oficina ha comenzado con la desescalada. Todo ello preocupa y mucho porque el coronavirus puede llevarse por delante los pequeños avances conseguidos en materia de igualdad.
«No me queda otra que teletrabajar a deshoras», cuenta una madre separada cuya pequeña tiene 7 años. «Menos mal que mi hija no madruga, así que intento aprovechar la mañana. Pero ya casi hasta la noche no puedo seguir trabajando. No me deja. Y tengo que hacer los deberes con ella», explica.
«Mi marido acaba de volver al trabajo tras salir de un ERTE. Ahora estoy yo sola con dos hijos de 3 y 1 año y teletrabajando. Que alguien me diga cómo entretenerles durante 8 horas porque yo de momento no he dado con el truco. ¡Incluso les doy de comer mientras mantengo una reunión!», cuenta otra madre.
Los problemas de conciliación se suceden en todos los rincones del país. Y el peor escenario está protagonizado por las que se han visto obligadas a dejar su empleo, cogerse excedencias o han sido despedidas. «Me cogí una excedencia para poder cuidar de mis hijas de 7 y 5 años mientras mi marido ha seguido trabajando», cuenta otra progenitora desesperada. «Pero económicamente solo nos lo podemos permitir hasta julio. Si para entonces no hay campamentos y en septiembre no vuelven al cole… no sé qué vamos a hacer».
El lastre de la desigualdad
El resultado de esta dura realidad proviene de una ecuación que se ha ido gestando y sosteniendo en el tiempo. «Las desigualdades sociales hacen que el impacto de las catástrofes no sea igual en toda la población», explica Sandra Dema Moreno, socióloga de la Universidad de Oviedo. Así, la mujer, que siempre ha estado en desventaja, está siendo una de las grandes perjudicadas por diferentes factores.
Uno de ellos tiene que ver con trabajo doméstico y de cuidado, desarrollado principalmente por ellas. Y la pandemia ha evidenciado «la sobrecarga que asumen debido al desequilibrio en el reparto de la carga global del trabajo», añade la experta.
Las mujeres dedican, al día, más de dos horas que los hombres en el cuidado de la familia, (4 horas y 7 minutos versus 1 hora y 54 minutos), según la última encuesta elaborada por el INE. Pero, con la pandemia, todo se ha desbordado. Cocinar, limpiar, hacer la compra, atender los deberes de los hijos, teletrabajar, entretener a los más pequeños, etc. son cosas que siguen haciendo principalmente las madres, sin olvidar el cuidado de los mayores. «No hay horas en el día para realizar todas estas tareas», recuerda Dema Moreno.
Así, no es de extrañar que el estrés se haya cebado con las mujeres. Según un estudio de la Universidad de Valencia, el seguimiento escolar de los hijos en edad educativa se desarrolla mayoritariamente por las madres, hecho que se ha convertido en un elemento de ansiedad y estrés añadido al teletrabajo. «Es habitual por parte de las madres teletrabajar durante la madrugada, bien sea retrasando el momento de ir a la cama o levantándose antes que el resto de miembros de la familia», indica Cristina Benlloch, una de las autoras del informe. Del estudio, también se desprende que las mujeres «en algunos casos deben de intentar facilitar que sus parejas trabajen o teletrabajen», en el supuesto de que los horarios de trabajo de la pareja sean rígidos, mientras que en algunas parejas hay una mayor disposición por parte de los hombres a hacer tareas que no solían realizar antes, como poner lavadoras, cocinar, ir a la compra o compartir horas de juego con los niños.
Para Dema Moreno, la pandemia ha puesto de manifiesto una quiebra del sistema de cuidados que no es nueva y que exige de una reorganización social: «Hombres, empresas y Estado deben asumir su papel. Al final, las mujeres hacen la mayor parte del trabajo, cobrando menos, cotizando menos y teniendo pensiones más bajas. Hay que repartir de forma equilibrada el trabajo que se realiza dentro y fuera del hogar».
Escuelas para poder conciliar
A esta situación se le añade otra extraordinaria: el cierre de los colegios. El cese de la actividad presencial desde mediados del pasado mes de marzo ha obligado a los niños a estudiar desde casa de forma telemática. Y esta situación ha afectado, en gran medida, a las mujeres.
Mientras que la actividad escolar no se desarrolle con normalidad, los progenitores no podrán trabajar. Los colegios son la pieza clave para facilitar la conciliación y que los padres y madres puedan trabajar. Cuanto más se prolongue esta situación en el tiempo, peor para las mujeres porque, como se ha explicado, son las que se dedican fundamentalmente a las labores de cuidado. De ahí que sean ellas y no ellos los que se reducen sus jornadas laborales, se cojan excedencias o incluso se vean obligadas a dejar su trabajo.
Y es que como explica Dema Moreno, esta situación tiene un impacto económico importante. «Las mujeres son quienes tienen una tasa de menor de actividad y de ocupación que los hombres, una mayor tasa de desempleo así como una mayor ocupación a tiempo parcial o empleos con bajo salario». Por todo ello, son las madres las que renuncian a su carrera profesional en un mercado ya de por sí precario. «Una de cada dos mujeres sería pobre si dependiera de sus ingresos», subraya.
Pero no todo está perdido. Además de repartir de manera equilibrada entre mujeres y hombres el el trabajo remunerado y no remunerado, «habría que implantar la reducción de la jornada de trabajo», explica la socióloga. «Tendríamos que trabajar menos horas porque el modelo actual de 8 horas es desigual para las mujeres e injusto para ellas, además de que no es sostenible desde el punto de vista demográfico y ecológico -continua-. Tenemos tan pocos hijos porque no podemos cuidarlos. El trabajo de cuidados y el doméstico es una necesidad esencial, no un problema individual y privado. Todo ello permitiría evitar la sobrecarga de las mujeres y el desempleo estructural».
Ana I. Martínez
Fotografía: Unsplash